El Partido Popular ha celebrado en Sevilla un Congreso al que, sin temor a yerro, califico de triunfalista. El más prudente tal vez haya sido el señor Rajoy y la más díscola, también con el tal vez por delante, haya sido la señora Aguirre. Pero a lo que vamos. Es peligroso no reconocer las situaciones en toda su magnitud. En primer lugar los aires de victoria, antes de que esta llegue realmente, son peligrosos. Y si llega, no conviene desprenderse de la humildad que tanto ennoblece. Por un lado parece que no quieren darse cuenta de que no está ganando el PP, sino perdiendo el PSOE y, por otro lado, falta demasiado tiempo para las elecciones: quince días es mucho; un año es una eternidad, sobre todo en una sociedad voluble y cambiante; con escaso criterio y menor ideología. La próxima vez, posiblemente, gane el desencanto que se demostrará con la abstención o el voto en blanco. Porque hay gentes que no quieren votar a Zapatero pero se dan cuenta de que dar el voto a quienes justifican la corrupción bajo la frase hecha "en todas las familias hay un garbanzo negro" (dicho recientemente por Montoro a título de justificación) sería dar patente de corso a otra pandilla igualmente no deseada porque lo que el ciudadano quiere son las cuentas claras y la sensatez funcionando. Mientras Rajoy no se despoje de ese equipaje, lo va a tener muy duro, aunque gane las elecciones.
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