Lo ocurrido en el norte de África certifica que no hay enemigo pequeño. La inmolación de un joven desconocido, valiente y desesperado, ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de los norteafricanos, que es mucha y reconocida pero… todo tiene un límite.
No olvidemos el nombre de este héroe, decidido y joven, que ha dado su vida por una revolución necesaria. Aclarado quién es el héroe, podemos buscar culpables. A mi modesto y desapasionado entender los culpables somos todos. Los políticos porque han mantenido un contubernio de poder y enriquecimiento ilícito y descarado. Los responsables de administrar Justicia, instalados en sus privilegios (generalmente vitalicios) que, acomodados a tal condición, apenas alcanzan los límites que la linde de la Ley les marca, ignorando, voluntariamente, la razón superior de la condición humana y lo que su propia conciencia les susurra. También los demás somos conniventes porque, acomodados a nuestro estar, no somos capaces de levantar la voz en defensa de causa ajena. Reconozcamos nuestra culpabilidad con valentía.
Lo que digo lo hago con sencillez, que no con simpleza. Este razonamiento no sería considerado en un gabinete de crisis pero, es la verdad profunda; esa que no tiene otra cara ni otro sentido ni, tampoco, va más allá y, además, no debe llamar a nadie a ofensa pues la verdad nunca lo es.
Estas reflexiones no pretenden convencer a nadie ni alterar el orden de las cosas. Allá la humanidad con sus equilibrios de poderes e intereses. Solamente recordaros que la vanidad y la riqueza se quedan en este mundo. Tras la muerte sólo prevalece el recuerdo de nuestros valores y acciones. Los carentes de valores morales serán llorados el día de su entierro mientras que los honestos serán recodados por generaciones. La trascendencia es la permanencia en la memoria colectiva por haber sido ejemplar, lo que siempre requiere un sacrificio en vida. El valiente Mohammed Bouazizi tendrá larga vida en nuestro recuerdo.
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