13 feb 2011

Seguridad vial y Producto Interior Bruto


Cada fin de semana mueren en las carreteras españolas una media de veinte personas. Más que “mueren” deberíamos decir “se matan”, porque es el conductor el factor decisivo en los accidentes; más personas que en las guerras actuales (las que la moda llama misiones de paz). El Director General de Tráfico está desesperado, no puede concienciar a los conductores que el coche mata. Que, en condiciones normales, son la velocidad y el abuso de confianza los factores que desencadenan accidentes mortales. Y en condiciones anormales es la irresponsabilidad de los que se atreven a conducir drogados (incluyo aquí a los bebedores). En fin, cifras escandalosas (y sin rebaja posible por lo que se ve).
El problema es más de psicólogo que de autoescuela. El complejo de castración lo padecen muchos varones y lo muestran conduciendo agresivamente, usando el coche como figurada prolongación del órgano reproductor. Haciendo valer su poderío. Esto les lleva a conducir empujando y avasallando a los demás. Imponiendo su autoridad. Su complejo les lleva a dar acelerones, cambios constantes de carril para adelantar, etc. en vez de circular uniformemente y con serenidad. Por supuesto, les molesta frenar o ceder el paso. Claros síntomas de la castración. Esto en los varones.
 En las mujeres, que generalmente conducen mucho mejor que los hombres, cuando hay mala conducción no está originada por el complejo de castración sino por el de inferioridad, con el añadido de revanchismo, que las induce a conducir de forma aún más agresiva que el hombre por aquello de que han de superar al varón en todo y, en su estulticia, lo superan también en lo malo. Afortunadamente son pocas y, las más jóvenes, ya no lo padecen.
Quienes soportan estas patologías se creen hechos a la perfección y valoran su conducción como la más correcta. La cortesía, la educación y el respeto lo dejan para otro momento. En el coche son  ineducados, agresivos y, como consecuencia, irresponsables. Reivindican con su enérgica conducción su porción de “pelo de la dehesa” y se convierten en lo que llamo “producto interior bruto”, pero que muy bruto.
La solución es un tratamiento psicológico-publicitario que haga ver a todos que, si el respeto y la serenidad  presiden el comportamiento de los conductores, la carretera dejará de ser la “caravana de enemigos” en que se ha convertido.

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