Es complicado. Conjugar austeridad con crecimiento económico
es, para muchos, incompatible. Pero no lo es. Para explicar mi punto de vista
voy a simplificar el caso y desviarme un poco de los parámetros ortodoxos de la
macroeconomía; desviación excusada para que todo lector pueda entenderme.
Sobre la austeridad:
A.- Caso aplicable a particulares:
La necesaria austeridad, para el particular, consiste –como dijera
el señor marqués de Berlanga- en “tomar conciencia” (que consiste solamente en darse
cuenta de las cosas y consumir lo que realmente sea necesario y, sobre todo,
esté dentro de sus posibilidades reales económicas). No creo que sea pedir
peras al olmo. Claro que la televisión juega malas pasadas a esa obligada toma
de conciencia de cada cual pues presenta casas fabulosas, crónicas de
triunfadores, grandes yates y mejores coches, amén de miles de productos inútiles
ajustados “al módico precio que aparece en pantalla”. A esta intoxicación publicitaria
debemos responder preguntándonos si realmente necesitamos lo que nos intentan
vender y, también, si está dentro de nuestra capacidad económica real (no
crediticia). Si necesitamos realmente el producto pues, entonces tendremos que
valorar también el factor crediticio (pero solamente si “lo necesitamos
realmente”). En eso consiste la austeridad. No en no comer, como algunos
presentan. Advierta también el consumidor particular los sutiles factores
psicológicos pues la vanidad y la envidia son, también, incentivos al consumo.
Recomiendo vestirse de humildad –que no de pobreza, si no
viene impuesta- y valorar si lo que le apetece forma parte de lo realmente
imprescindible.
B.- Caso aplicable a gobernantes:
Cuando se crearon las autonomías (copiando modelos europeos
y basándonos en la nostalgia histórica de unos o la creencia de mejora de otros)
el crecimiento de España era importante y permitía esa nueva configuración del
Estado. Política bien vista por la mayoría de los votantes. Había por aquel
entonces una economía de crecimiento medio del 4%. Esto permitía crear y
mantener 17 parlamentos, cientos de consejerías y miles de departamentos que,
en su idea original, pretendían atender más de cerca (y de forma más efectiva)
a los ciudadanos de cada región geográfica. Incluso permitía un “café para
todos” con pelotazos incorporados -que
han sido muchos- sin que se notase demasiado.
Ahora no solamente no hay crecimiento, sino que hay recesión
–los brotes verdes son “marrones”- y hay que tomar decisiones traumáticas. Como
estamos dentro del apartado AUSTERIDAD, las decisiones son sencillas. ¡Se acabó
el café para todos! No podemos mantener esas autonomías por varias razones:
1º Porque se han convertido en reinos taifas con cortes y
cortesanos a sueldo por quehaceres improductivos.
2º Porque se han duplicado –y hasta triplicado- los
organismos o empresas públicas que cubren una determinada competencia. (Esto
desorienta al ciudadano y contradice los fines de cercanía y efectividad para
los que se crearon).
3º Porque no hay dinero. No podemos mantener los parámetros
políticos hipotecados a bancos centroeuropeos porque, al final, hay que
devolver el dinero y sus intereses (lo que debemos hacer entre todos los
ciudadanos). Cortemos pues este dispendio y disolvamos las autonomías. Esto que
digo es absolutamente necesario. No bastaría con recortarles los ingresos y
forzarles a presupuesto cero. Ya tienen una inercia de endeudamiento de la que
no saldrán salvo por muerte súbita.
Sobre el crecimiento:
En este apartado los particulares solamente pueden aportar
ilusión y ganas de hacer (aquí o en el extranjero). Quiero decir que hay que
luchar, prepararse y reinventar ocupaciones que sean vendibles. Aquí deberíamos
introducir el capítulo “Bancos” a los que yo dejaría caer en profunda fosa y,
en esta coyuntura, daría el papel crediticio a organismos del Estado.
El Gobierno es el que tiene aquí el papel protagonista. Debe
re-direccionar la mano de obra hacia sectores potencialmente productivos con
formación técnica adecuada para trabajar minería, agricultura, industria primaria
y de transformación, etc. Pero que no insista en formar personal exclusivamente
para el sector servicios que ya “todos somos camareros o diseñadores gráficos”.
Debe el Gobierno promover la formación profesional orientada
al mercado mundial –no exclusivamente al nacional- y en doce meses se forma a
una persona a un nivel aceptable para su incorporación a cadenas productivas
técnicas y reales (de productos demandados). No todos podemos ser políticos
(algunos porque la honestidad o la vergüenza torera nos lo impide) ni tampoco
queremos ser los servidores del resto de los europeos (que es lo que ellos
desde el principio han pretendido). Aquí, aunque nuestro complejo histórico nos
impida creerlo, somos más valiosos que muchos especialistas europeos; porque
además del conocimiento requerido aportamos inventiva y, como decía mi madre,
servimos para un roto y para un descosido.
Así que manos a la obra. Si hay que amputar, se amputa. No
tema el Gobierno impopularidad por disolver las autonomías (mire señor Rajoy que
no lo hacen ahora, lo hará Rosa Díez dentro de unos años –ya me entiende-). Y
demos la formación a técnicos cualificados y facilitemos becas de seis meses de
desempeños reales de las funciones para las que se ha preparado al trabajador
(Y si no hay empresas para ello, se crean. Y se produce. Y se venden los
productos aunque sea en China.)
Y sin más que decir añado un ¡vamos, digo yo!
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