28 abr 2012

Austeridad y crecimiento económico


Es complicado. Conjugar austeridad con crecimiento económico es, para muchos, incompatible. Pero no lo es. Para explicar mi punto de vista voy a simplificar el caso y desviarme un poco de los parámetros ortodoxos de la macroeconomía; desviación excusada para que todo lector pueda entenderme.
Sobre la austeridad:
A.- Caso aplicable a particulares:
La necesaria austeridad, para el particular, consiste –como dijera el señor marqués de Berlanga- en “tomar conciencia” (que consiste solamente en darse cuenta de las cosas y consumir lo que realmente sea necesario y, sobre todo, esté dentro de sus posibilidades reales económicas). No creo que sea pedir peras al olmo. Claro que la televisión juega malas pasadas a esa obligada toma de conciencia de cada cual pues presenta casas fabulosas, crónicas de triunfadores, grandes yates y mejores coches, amén de miles de productos inútiles ajustados “al módico precio que aparece en pantalla”. A esta intoxicación publicitaria debemos responder preguntándonos si realmente necesitamos lo que nos intentan vender y, también, si está dentro de nuestra capacidad económica real (no crediticia). Si necesitamos realmente el producto pues, entonces tendremos que valorar también el factor crediticio (pero solamente si “lo necesitamos realmente”). En eso consiste la austeridad. No en no comer, como algunos presentan. Advierta también el consumidor particular los sutiles factores psicológicos pues la vanidad y la envidia son, también, incentivos al consumo.
Recomiendo vestirse de humildad –que no de pobreza, si no viene impuesta- y valorar si lo que le apetece forma parte de lo realmente imprescindible.
B.- Caso aplicable a gobernantes:
Cuando se crearon las autonomías (copiando modelos europeos y basándonos en la nostalgia histórica de unos o la creencia de mejora de otros) el crecimiento de España era importante y permitía esa nueva configuración del Estado. Política bien vista por la mayoría de los votantes. Había por aquel entonces una economía de crecimiento medio del 4%. Esto permitía crear y mantener 17 parlamentos, cientos de consejerías y miles de departamentos que, en su idea original, pretendían atender más de cerca (y de forma más efectiva) a los ciudadanos de cada región geográfica. Incluso permitía un “café para todos” con pelotazos incorporados  -que han sido muchos- sin que se notase demasiado.
Ahora no solamente no hay crecimiento, sino que hay recesión –los brotes verdes son “marrones”- y hay que tomar decisiones traumáticas. Como estamos dentro del apartado AUSTERIDAD, las decisiones son sencillas. ¡Se acabó el café para todos! No podemos mantener esas autonomías por varias razones:
1º Porque se han convertido en reinos taifas con cortes y cortesanos a sueldo por quehaceres improductivos.
2º Porque se han duplicado –y hasta triplicado- los organismos o empresas públicas que cubren una determinada competencia. (Esto desorienta al ciudadano y contradice los fines de cercanía y efectividad para los que se crearon).
3º Porque no hay dinero. No podemos mantener los parámetros políticos hipotecados a bancos centroeuropeos porque, al final, hay que devolver el dinero y sus intereses (lo que debemos hacer entre todos los ciudadanos). Cortemos pues este dispendio y disolvamos las autonomías. Esto que digo es absolutamente necesario. No bastaría con recortarles los ingresos y forzarles a presupuesto cero. Ya tienen una inercia de endeudamiento de la que no saldrán salvo por muerte súbita.

Sobre el crecimiento:
En este apartado los particulares solamente pueden aportar ilusión y ganas de hacer (aquí o en el extranjero). Quiero decir que hay que luchar, prepararse y reinventar ocupaciones que sean vendibles. Aquí deberíamos introducir el capítulo “Bancos” a los que yo dejaría caer en profunda fosa y, en esta coyuntura, daría el papel crediticio a organismos del Estado.
El Gobierno es el que tiene aquí el papel protagonista. Debe re-direccionar la mano de obra hacia sectores potencialmente productivos con formación técnica adecuada para trabajar minería, agricultura, industria primaria y de transformación, etc. Pero que no insista en formar personal exclusivamente para el sector servicios que ya “todos somos camareros o diseñadores gráficos”.
Debe el Gobierno promover la formación profesional orientada al mercado mundial –no exclusivamente al nacional- y en doce meses se forma a una persona a un nivel aceptable para su incorporación a cadenas productivas técnicas y reales (de productos demandados). No todos podemos ser políticos (algunos porque la honestidad o la vergüenza torera nos lo impide) ni tampoco queremos ser los servidores del resto de los europeos (que es lo que ellos desde el principio han pretendido). Aquí, aunque nuestro complejo histórico nos impida creerlo, somos más valiosos que muchos especialistas europeos; porque además del conocimiento requerido aportamos inventiva y, como decía mi madre, servimos para un roto y para un descosido.
Así que manos a la obra. Si hay que amputar, se amputa. No tema el Gobierno impopularidad por disolver las autonomías (mire señor Rajoy que no lo hacen ahora, lo hará Rosa Díez dentro de unos años –ya me entiende-). Y demos la formación a técnicos cualificados y facilitemos becas de seis meses de desempeños reales de las funciones para las que se ha preparado al trabajador (Y si no hay empresas para ello, se crean. Y se produce. Y se venden los productos aunque sea en China.)
Y sin más que decir añado un ¡vamos, digo yo!

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